“CUANDO FUIMOS AMERICANOS”
Por Álvaro Bermejo
Sin contar el
golpe de remo con que Gabriela Mistral -no en vano de madre vasca- contuvo las licencias amatorias de Pablo
Neruda durante un paseo en barca, seis premios Nobel de Literatura para un
continente dicen mucho de su contenido. La “Maestra de América” lo recibió en
1945, Miguel Ángel Asturias el mismo año en que García Márquez publicaba ‘Cien
años de soledad’, 1967. Tres años después, Neruda. En el ’82, García Márquez,
en el ‘90, Octavio Paz. Finalmente, en 2010, Mario Vargas Llosa.
Una continuidad
tan sostenida viene a recordarnos que el “Boom” de la literatura hispanoamericana
fue algo más que realismo mágico. Para nosotros tuvo un valor añadido, y habitualmente
ignorado: acercarnos a Europa a través de esos autores que la descubrieron
antes que nosotros.
Cortázar
escribiendo ‘Rayuela’ en los cafés de Saint-Germain-des-Prés donde conocería a
García Márquez y Vargas Llosa. El mismo que nos invitaría a redescubrir la
literatura de Flaubert en ‘La orgía perpetua’. Los tres contaminados por lo
‘real maravilloso’ de los surrealistas parisinos, todavía más por el
existencialismo camusiano, ese que impregna el alma de todos sus personajes.
¿De dónde nos llegó el estudio literario de los grandes mitos cosmogónicos? De
los ensayos de Paz. ¿De dónde el primer contacto con las sagas islandesas o con
la literatura fantástica alemana? De Jorge Luis Borges.
A lo largo y ancho
de medio siglo fue así como la América de los trasterrados nos europeizó y como
nosotros nos americanizamos, a la europea, leyéndolos a ellos. ¿Por qué ya
menos? ¿Por qué ya no? Dos preguntas que se responden por sí mismas con sólo
levantar la mirada. Hoy nadie lee a los gigantes tal vez porque el nuestro, tan
grandilocuente, es un mundo de enanos.
En su día se
conoció a Víctor Hugo como el hombre océano. Cada uno de estos autores lo fue,
junto a muchos más: Juan Rulfo, igualmente oceánico en su obra mínima. Alejo
Carpentier, Lezama Lima, José Donoso, Uslar Pietri. ¿Y cuántos más? ¿Dónde se
fueron?
Lo contó Carlos
Fuentes en ‘El espejo enterrado’: sigue ahí, pero hemos perdido la mirada. La
que faculta redescubrir las raíces de Macondo en Valle-Inclán, o dar ‘La vuelta
al día en ochenta mundos’, siguiendo a Cortázar. Es como si con la desaparición
de Vargas Llosa, el último de los grandes, no ya América, sino la misma Europa
nos quedara más lejos.
Hay algo muy
preocupante en la involución literaria que nos ocupa: constatar que la
literatura ha perdido su función más alta. Y tanto América como Europa su
relato. Quizá nadie lo cuenta porque ya nada cuenta. Leer para olvidar. Tiempo
de silencio.
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